Miriam Ponce Ruiz, joven poeta y Escritora.

Miriam Ponce Ruiz, joven poeta y Escritora.

MUJER UNIVERSAL, se engalana al presentar a la joven poetisa y escritora Miriam Ponce Ruiz.

Por Norte Sur Editorial.

Miriam Ponce Ruiz nació en la ciudad de México, pero hace treinta años radica en Morelos. Escribe poesía, ensayo y crónica musical. Estudió en la Escuela de escritores Ricardo Garibay de Cuernavaca. Publicó Desiertomar con la editorial independiente Lengua de Diablo. Aparece en Moyolnohnotsani: Hablar con el corazón (FEdeM) y en La noción del tiempo, libro fotogŕafico de Toni Kuhn (Tiempo Imaginario A. C.). Fue becaria del PECDA Morelos con la serie de ensayos breves Entre los pétalos del pensamiento. Participó en el grupo Armando en colectivo, seleccionado por el Programa de Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales para impartir talleres en la comunidad de Tetela del VolcánEn 2019 ganó la Convocatoria Obra Inédita del Fondo Editorial de Morelos, en la categoría de poesía, con el libro Otro mundo posible. Es integrante del sitio de difusión virtual Hola, Poesía, y de las jornadas Serendipia. Tiene una playlist interminable en el twitter @musicasiopea.v

Poesía moderna...

Queda hacer del dolor una balsa sobre el miedo
tomar las cenizas y transformarlas en océano.
No queda más que estallar cristales a gritos
y después sacar las astillas de las manos como si fueran pétalos rojos,
dejar caer lágrimas como tintineo de campanas que no paran,
encender veladoras para alumbrar tu camino,
pegarle la cabeza al santo para que mude la plegaria a milagro.
Amar la muerte,
rearmar mi pecho en paisaje de atardecer
con palpitantes nubes enmarcadas de sol y una maríaluisa de rayos de luna -paspartú nácar-
hacer de mi lengua el verso más largo del planeta,
una lengua con ojos con oídos con tierra y mar de arena,
columpiar niñas en ella con el aliento
enseñarlas a volar.

 

La tarde es una fotografía:
pasado inmediato
en pausa.

Huele a la infancia perdida,
a columpios y toboganes
con vértigo de la vida.

Otra vez
en la azotea de fondo sepia
una niña y su hermana
escuchan las campanadas de la iglesia;
la abuela grita sus nombres
y cada letra que su boca escupe
es una estrella
que se enciende, sobre el mismo cielo
la puesta del sol
me regresa al presente.

Anuncia la tarde que pierdo el tiempo,
que nada vuelve
que me abraza la noche.

 

 

Escribir el poema
que nombre las flores blancas
ahogándose en el bochorno
del absurdo jarro

El texto que permita aparecer a la mujer
convertida en olla de barro
con ansias al vapor

O en una silla
balanceándose

Este es el párrafo donde ella es la cortina
colgada en el hilo
de horas y minutos.

Este es la estrofa donde ella es una puerta abierta
que escribe con árboles inclinados
entre las luces dormidas,
el silencio de la noche
y estrellas desordenadas
como palabras persiguiendo,
por toda la casa,
un alma escondida.

 

 Caminar
para reconocer
senderos soñados,
para aprender
a andar
y dejar atrás el olor a muerto

Caminar
para plantar cada paso
y que florezca un ritmo nuevo

Caminar
para llenarse de polvo
y al llegar a casa
observar otros rostros

sentir el calor,
el temblor del viento
que se pierde
y se orienta con el canto
de los gallos

respirar el sol
alejarse
e ir hacia dentro

 salir, caminar
para no volver
a perderse.

Queda hacer del dolor una balsa sobre el miedo
tomar las cenizas y transformarlas en océano.
No queda más que estallar cristales a gritos
y después sacar las astillas de las manos como si fueran pétalos rojos,
dejar caer lágrimas como tintineo de campanas que no paran,
encender veladoras para alumbrar tu camino,
pegarle la cabeza al santo para que mude la plegaria a milagro.
Amar la muerte,
rearmar mi pecho en paisaje de atardecer
con palpitantes nubes enmarcadas de sol y una maríaluisa de rayos de luna -paspartú nácar-
hacer de mi lengua el verso más largo del planeta,
una lengua con ojos con oídos con tierra y mar de arena,
columpiar niñas en ella con el aliento
enseñarlas a volar.

La tarde es una fotografía:

pasado inmediato
en pausa.

Huele a la infancia perdida,
a columpios y toboganes
con vértigo de la vida.

Otra vez
en la azotea de fondo sepia
una niña y su hermana
escuchan las campanadas de la iglesia;
la abuela grita sus nombres
y cada letra que su boca escupe
es una estrella
que se enciende, sobre el mismo cielo
la puesta del sol
me regresa al presente.

Anuncia la tarde que pierdo el tiempo,
que nada vuelve
que me abraza la noche.

 

 

Escribir el poema
que nombre las flores blancas
ahogándose en el bochorno
del absurdo jarro

El texto que permita aparecer a la mujer
convertida en olla de barro
con ansias al vapor

O en una silla
balanceándose

Este es el párrafo donde ella es la cortina
colgada en el hilo
de horas y minutos.

Este es la estrofa donde ella es una puerta abierta
que escribe con árboles inclinados
entre las luces dormidas,
el silencio de la noche
y estrellas desordenadas
como palabras persiguiendo,
por toda la casa,
un alma escondida.

 
Caminar
para reconocer
senderos soñados,
para aprender
a andar
y dejar atrás el olor a muerto

Caminar
para plantar cada paso
y que florezca un ritmo nuevo

Caminar
para llenarse de polvo
y al llegar a casa
observar otros rostros

sentir el calor,
el temblor del viento
que se pierde
y se orienta con el canto
de los gallos

respirar el sol
alejarse
e ir hacia dentro

 salir, caminar
para no volver
a perderse.