Alfonsina Storni, una mujer atormentada.

Alfonsina Storni, una mujer atormentada.

Alfonsina Storni Martignoni

Tomado del libro Por Cauces de Pasión

de Ramón Sierra López

(Segunda de tres partes)

Tenaz, Alfonsina siguió escribiendo y relacionándose con los escritores y poetas de su tiempo. Eran épocas de crisis, en las que la poesía no alcanzaba para vivir (igual que hoy). Escribía gratis para el periódico La Acción y en la revista Proteo. Consiguió ser directora en el colegio Marcos Paz y se auxilió con su hermana para cuidar de su hijo Alejandro, de cinco años. En 1918 publicó “El dulce daño”, de donde tomamos parte de su poema Tempestad: “Mundo sofócame; calor inúndame; / poesía vénceme; amor fecúndame / que, en esta hora, no sé por qué, / mi cuerpo tiembla como si fuera / un gran capullo que primavera / prendió en un gajo de rosa té. / (…) Noche que escuchas: tú que me amparas / nunca me niegues tus luces claras, / quiero arrancarles rara piedad. / Préstame copos de blanca luna / porque a sus rayos me vuelvo una / guzla que pulsa la soledad. / (…) Mundo sofócame; calor inúndame; / poesía vénceme; amor fecúndame / que, en esta hora, no sé por qué, / mi cuerpo tiembla como si fuera / un gran capullo que primavera / prendió en un gajo de rosa té.”

En 1919 terminó su libro “Irremediablemente”, del que hemos tomado el poema Hombre pequeñito: “Hombre pequeñito, hombre pequeñito, / suelta a tu canario que quiere volar... / Yo soy el canario, hombre pequeñito, / Déjame saltar. / Estuve en tu jaula, hombre pequeñito, / hombre pequeñito que jaula me das. / Digo pequeñito porque no me entiendes, / ni me entenderás. / Tampoco te entiendo, pero mientras tanto / ábreme la jaula que quiero escapar; / hombre pequeñito, te amé media hora. / No me pidas más.

En 1920, apareció su libro “Languidez”, que mereció el Primer Premio Municipal de Poesía y el Segundo Premio Nacional de Literatura. De este poemario tomamos un fragmento de El Clamor: “Alguna vez, andando por la vida, / por piedad, por amor, / como se da una fuente sin reservas, / yo di mi corazón. / Y dije al que pasaba sin malicia / y quizá con fervor, / —obedezco a la ley que nos gobierna: / he dado el corazón—. / Y tan pronto lo dije, como un eco, / ya se corrió la voz: / —ved la mala mujer, esa que pasa: / ha dado el corazón. / De boca en boca, sobre los tejados / rodaba este clamor: / —¡echadle piedras, eh, sobre la cara! / Ha dado el corazón.

Por ese tiempo viajó a Montevideo, Uruguay, con el fin de dar a conocer su poesía y para dictar una conferencia sobre la poetisa Delmira Agustini, escritora y poeta uruguaya, que había muerto ocho años antes y cuya obra se consideró dentro de los movimientos del modernismo y el vanguardismo. Allí conoció a Horacio Quiroga, por entonces cuentista, dramaturgo y poeta uruguayo; así como a Juana de Ibarbourou, también uruguaya que, muchos años después, habría de conocerse como Juana de América y considerada una de las voces más personales de la lírica hispanoamericana de principios del siglo XX. Alfonsina se hizo muy amiga de Juana y Horacio. Con éste último acostumbró a ir al cine en compañía de los hijos de ambos, a varios conciertos ofrecidos por la Sociedad Wagneriana y frecuentaba las tertulias en que reunía el grupo de amigos escritores y poetas. “Una ocasión que jugaron a las prendas, consistiendo en que Alfonsina y Horacio debían besar al mismo tiempo las caras de un reloj de cadena que sostenía Horacio. Éste rápidamente retiró el reloj en el momento que Alfonsina se aproximaba a sus labios terminando en un beso, episodio que no le causó mucha gracia a su madre, quien se encontraba presente.” (Josefina Delgado, 1991. Alfonsina Storni: una biografía. Buenos Aires. Planeta).

Horacio Quiroga, con respeto, hablaba a sus amigos de la obra de Alfonsina y la trataba como su igual. Esta relación finalizó en 1927, cuando el escritor conoció a María Elena Bravo y contrajo su segundo matrimonio. Dice Josefina Delgado que “nunca se supo si él y Alfonsina fueron amantes, ya que no abordaban el tema del amor como tales. Sí se sabe que ella apreciaba a Quiroga como un amigo que la comprendía, al que le dedicó un poema cuando él se suicidó, diez años más tarde, que presagia su propio final”: “Morir como tú, Horacio, en tus cabales, / y así como en tus cuentos, / no está mal; / un rayo a tiempo y se acabó la feria... / Allá dirán. / Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte / que a las espaldas va. / Bebiste bien, que luego sonreías... / Allá dirán.”

Alfonsina siguió viajando a Montevideo. Poco antes de su muerte seguía frecuentando a Juana de Ibarbourou, quien años después de la muerte de Alfonsina, escribió lo siguiente: “Su libro Languidez había merecido el Primer Premio Municipal de Poesía y el Segundo Premio Nacional de Literatura. También en 1920 vino por primera vez a Montevideo. Era joven y parecía alegre; por lo menos su conversación era chispeante, a veces muy aguda, a veces también sarcástica. Levantó una ola de admiración y simpatía. Un núcleo de lo más granado de la sociedad y de la gente intelectual la rodeó siguiéndola por todos lados; Alfonsina, en ese momento, pudo sentirse un poco reina.”

En 1925 publicó “Ocre”, que marcó un cambio decisivo en su poesía. Desde hacía dos años era profesora de lectura y declamación en la Escuela Normal de Lenguas Vivas. El Centro Virtual Cervantes, refiere que su poesía, de temática amorosa, también se ligó a la temática feminista e intentó desligarse de los ropajes del Modernismo y volver más la mirada al mundo real. La soledad y la marginación hicieron mella en su salud, y a veces la neurosis le obligaba a dejar su puesto de maestra de escuela. Del libro Ocre, insertamos su Romance de la venganza: “Cazador alto y tan bello / como en la tierra no hay dos, / se fue de caza una tarde / por los montes del Señor. / Seguro llevaba el paso, / listo el plomo, el corazón / repicando, la cabeza / erguida y dulce la voz. / Bajo el oro de la tarde / tanto el cazador cazó, / que finas lágrimas rojas / se puso a llorar el sol… / Cuando volvía cantando / suavemente, a media voz, / desde un árbol, enroscada, / una serpiente lo vio. / Iba a vengar a las aves, / mas, tremendo, el cazador, / con hoja de firme acero / la cabeza le cortó. / Pero aguardándolo estaba / a muy pocos pasos yo... / Lo até con mi cabellera / y dominé su furor. / Ya maniatado le dije: / —Pájaros matasteis vos, / y voy a tomar venganza, / ahora que mío sois… / Mas no lo maté con armas, / busqué una muerte peor: / lo besé tan dulcemente / ¡que le partí el corazón! / Envío: / Cazador: si vas de caza / por los montes del Señor, / teme que a pájaros venguen / hondas heridas de amor.”

En ese período, Gabriela Mistral visitó a Alfonsina. Deseaba tener una entrevista con ella para publicarla en el diario “El Mercurio”. Previamente la llamó por teléfono para concertar una cita; según lo narra la poetisa chilena, le impresionó la voz de Alfonsina; le habían dicho que era fea y, por lo tanto, esperaba una cara que no congeniara con la voz. Cuando la conoció personalmente, escribió de ella: “Extraordinaria la cabeza, pero no por rasgos ingratos, sino por un cabello enteramente plateado, que hace el marco de un rostro de veinticinco años. Cabello más hermoso no he visto, es extraño como lo fuera la luz de la luna a mediodía. (…) El ojo azul, la empinada nariz francesa, muy graciosa, y la piel rosada, le dan alguna cosa infantil que desmiente la conversación sagaz y de mujer madura”. Gabriela quedó impresionada por su sencillez, por su sobriedad, por su escasa manifestación de emotividad y, sobre todo, por su información, propia de una mujer de gran ciudad, “que ha pasado tocándolo todo e incorporándoselo”.

El aprendizaje adquirido por Alfonsina en sus giras teatrales por algunas ciudades de Argentina, la preparó para para aventurarse por el difícil camino de la dramaturgia; en sus primeras obras vertió sus creencias acerca de la relación entre hombres y mujeres; el resultado se vio reflejado el 20 de marzo de 1927 cuando se estrenó su obra de teatro “El amo del mundo”, comedia en tres actos, “que despertaba las expectativas del público y de la crítica. El día del estreno asistió el presidente Alvear acompañado de su esposa, Regina Pacini. La obra no tuvo una buena crítica, y a los tres días tuvo que retirarse de cartel…” Estaba indignada. En la revista Nosotros de abril de 1927 se publicaron los detalles de la puesta en escena y se comentó que un señor apellidado Bengoa se presentó en su departamento de Córdoba y Esmeralda, le dijo que era empresario teatral y quería presentar la obra con su esposa, que era actriz. Le propusieron interpretar al personaje de otro modo. En el primer ensayo, Alfonsina observó que el carácter del personaje, Márgara, se había desviado a causa de la falta de acotaciones. El día del estreno Alfonsina descubrió que habían retirado un proverbio hindú de boca de uno de los personajes; más tarde consiguió que lo restituyeran, pero no logró evitar el fracaso de la obra”. El diario Crítica escribió una nota: “Alfonsina Storni dará al teatro nacional obras interesantes cuando la escena le revele nuevos e importantes secretos”. La escritora se sintió muy dolida por su fracaso.

Sin embargo, Alfonsina corrigió y avanzó por ese camino, a tal grado, que produjo don “farsas pirotécnicas”, la primera: “Cimbelina en el 1900 y pico”, una farsa trágica; y la segunda, “Polixena y la cocinerita”, también de corte trágico; y “La debilidad de Mister Dougall”, una comedia en 3 actos. Otro crítico, Edmundo Guibourg, afirmó que Alfonsina denigraba al hombre, a lo que ella le replicó que había escrito trescientas poesías dedicadas al “animal razonador”. Este fracaso fue difícil para ella, ya que venía de diez años de elogios por cada libro de poemas y ahora estaba exponiendo sus verdades más íntimas. Y es que en esa época, su feminismo combativo, que caracterizó su obra literaria, no era bien visto por los editorialistas y periodistas que difundían las notas de los escritores y poetas de entonces. La escritura de Alfonsina era directa tanto en sus poemas que tocaban temas de sexualidad femenina, los roles de género y la subordinación de la mujer al hombre; como en sus obras de teatro y en su poesía en prosa.

El libro “Nosotras... y la piel”, publicado en 1998 por la editorial Alfaguara, es una selección de ensayos de Alfonsina realizado por Mariela Méndez, profesora de inglés por el Instituto de Educación Superior O. Cossettini, de Rosario Argentina y M. C. en Literatura comparada, de la University of Massachusetts; Graciela Queirolo, Profesora de historia de la Universidad de Buenos Aires, Argentina; y por Alicia Salomone, profesora de historia de la Universidad de Buenos Aires y M. C. en Historia, de la Universidad de Santiago de Chile. En esta obra, ellas hicieron un análisis de 34 ensayos de Alfonsina de los que mencionamos algunos: Feminidades, Compra de maridos, Nosotras... y la piel, Feminismo perfumado, Diario de una niña inútil, Historia sintética de un traje tailleur, Un libro quemado, Las poetisas americanas, La emigrada, El amor y la mujer, La irreprochable, ¿Existe un problema femenino?, La complejidad femenina, Un simulacro de voto, ¿Por qué las maestras se casan poco?, La mujer enemiga de la mujer, El varón, Tijereteo, Carta de una engañada, ¿Quién es el enemigo del divorcio?, Los defectos masculinos, Las crepusculares, Las mujeres que trabajan, La costurerita a domicilio, La madre, entre otras.

En el prólogo, las autoras afirman: “Alfonsina se ubica dentro de una contracorriente de voces femeninas y feministas que surge desafiando tales encasillamientos y se manifiesta en la búsqueda de la inclusión plena de las mujeres en el espacio público, desde un rol de sujeto activo. La política feminista de Alfonsina, se enmarca en la lucha a favor de los derechos civiles y políticos femeninos y el reconocimiento de la equiparación intelectual de hombres y mujeres...”

En su obra “La autenticidad de Alfonsina Storni” Alberto Acereda escribió que Alfonsina fue feminista en el sentido literal de la palabra, ya que siempre buscó la igualdad entre el hombre y la mujer. Participó activamente en la campaña de defensa del derecho al voto de la mujer argentina y en favor de la educación sexual en las escuelas y tuvo el coraje necesario para oponerse a la regla que exigía la virginidad femenina pero no la masculina. De aquí nació su poema “Tú me quieres blanca”, heredero del “Hombres necios”, de Sor Juana: “Tú me quieres alba, / me quieres de espumas, / me quieres de nácar. / Que sea azucena / sobre todas, casta. / De perfume tenue. / Corola cerrada. / Ni un rayo de luna / filtrado me haya. / (…) Tú me quieres nívea, / tú me quieres blanca, / tú me quieres alba. / Tú que hubiste todas / las copas a mano, / de frutos y mieles / los labios morados. / Tú que en el banquete / cubierto de pámpanos / dejaste las carnes / festejando a Baco. / Tú que en los jardines / negros del Engaño / vestido de rojo / corriste al estrago. (…) No sé todavía / por cuáles milagros, / me pretendes blanca / (Dios te lo perdone), / me pretendes casta / (Dios te lo perdone), / me pretendes alba! / Huye hacia los bosques, / vete a la montaña; / límpiate la boca; / vive en las cabañas; / (…) Habla con los pájaros / levántate al alba. / Y cuando las carnes / te sean tornadas, / y cuando hayas puesto / en ellas el alma / que por las alcobas

se quedó enredada, / entonces, buen hombre, / preténdeme blanca, / preténdeme nívea, / preténdeme casta.”

A pesar de las duras críticas contra el feminismo radical de sus obras consideradas dentro de un lenguaje complicado dando una falsa idea de sabiduría, lo real, según Acereda y otros críticos, “es que en ella está el YO de mujer, el sentimiento encarnado en la mujer que aboga por la igualdad con el varón, pero admite la necesidad de él como compañero. Es decir, Alfonsina quería solamente igualdad entre hombres y mujeres; al igual que hoy, ella amaba al hombre de su época: como lo expresa en su poema “La Loba”, que insertamos en la entrega anterior; “Hombre pequeñito” que vimos arriba; lo mismo en su poema “Queja”: “Señor, mi queja es ésta, / tú me comprenderás; / de amor me estoy muriendo, / pero no puedo amar. / persigo lo perfecto / en mí y en los demás, / persigo lo perfecto / para poder amar. / Me consumo en mi fuego, / ¡Señor, piedad, piedad! / De amor me estoy muriendo, / ¡Pero no puedo amar! Y como lo manifiesta en un poema con el nombre de “Animal cansado” (que no está en sus libros): “Quiero un amor feroz de garra y diente / que me asalte a traición en pleno día, / y que sofoque esta soberbia mía, / Este orgullo de ser todo pudiente. / Quiero un amor feroz de garra y diente / que en carne viva inicie mi sangría, / a ver si acaba esta melancolía / que me corrompe el alma lentamente. / Quiero un amor que sea una tormenta, / Que todo rompe y lo remueve todo / porque vigor profundo la alimenta. / Que pueda reanimarse allí mi lodo, / mi pobre lodo de animal cansado, / por viejas sendas, de rodar, hastiado.”

(CONTINUARÁ).